Sunday, September 9, 2007

when we have each other we have everything


when we have each other we have everything, photo-installation, Coordinates, Group Exhibition at the Academie Galerie in Utrecht, The Netherlands, 2007.

“Se trata, pues, de una arqueología de aquello que ya se pronunció; con otros vocablos, con otra entonación. Por efecto de nostalgia, sólo podemos rescatar algunas huellas, rastros, algunos indicios de lo que alguna vez fue. Si se prefiere: fantasmas, ecos, aquello que ahora se encuentra en el exilio, cuya frontera ha sido el silencio, más aún, el olvido…” // “It is about, then, an archaeology of what has been pronounced with other words, with another intonation. By effect of nostalgia we could only rescue some tracks, traces, some signs of what it was a long time ago. If you prefer it: ghosts, echoes, what is now in the exile whose border has been the silence, even more, the forgetfulness…”

Un mensaje en la acera // La acera: “lugar” de tránsito en el que se supone nada permanece. Así, se vuelve un canal de transmisión para el mensaje // Pero ¿cuál es el medio de este mensaje? ¿existe algo que lo contiene: la ciudad, la bicicleta, la acera, el propio lenguaje o la fotografía? En ningún momento se trata de que la acera funcione como el medio, el espacio de la ciudad se vuelve el soporte momentáneo de este proyecto. En todo caso es el propio lenguaje (tanto escrito como hablado, el significante) el que opera como medio. La materialidad de este proyecto no es la imagen que se produce sino el eco que articula. El habla es el espacio material donde ocurre realmente este proyecto, justo en el momento en el que el espectador-viajero se detiene a "leer" (a intentar decodificar) lo que la frase articula tanto en su sentido semántico como en su sentido político. // La fotografía expande el campo de acción del texto así como la frase, por efecto viral, se esparce en el espacio de la "polis" // Efecto doble de irradiación

© AAlejandro Navarrete,
Productor Visual
Utrecht, The Netherlands, septiembre de 2007.
when we have each other we have everything Proyecto que se presentó en la Academie Galerie en Utrecht, Países Bajos, 2007
http://www.mahku.nl/index.lhtml?cat=mahku&sub=gallery
http://www.mahku.nl/index.lhtml?cat=names&id=449&nav=fineart

Hacia una dialéctica del amante y del amado en el mapa postcolonial de la era global

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

Luis Cernuda


Podríamos imaginar una fábula en la que un pequeño grupo de hombres (como máximo unos centenares de personas en todo el planeta) trabaja encarnizadamente en algo muy difícil, muy abstracto, absolutamente incomprensible para los no iniciados. Estos hombres siempre serán unos desconocidos para el resto de la población; no tienen poder, fortuna u honores; ni siquiera hay alguien que entienda el placer que les procura su pequeña actividad. Sin embargo son la potencia más importante del mundo, y lo son por un motivo muy simple, un motivo muy pequeño: detentan las claves de la certeza racional. Todo lo que declaran verdadero, el resto de la población lo reconoce tarde o temprano como tal. Ningún poder económico, político, social o religioso es capaz de enfrentarse a la evidencia de la certeza racional. Podemos decir que Occidente se ha interesado más allá de toda medida por la filosofía y la política, que ha luchado del modo más irracional por asuntos filosóficos o políticos; también podemos decir que occidente ha amado apasionadamente la literatura y las artes; pero en realidad nada va a pesar tanto en su historia como la necesidad de certeza racional. A fin de cuentas, Occidente ha terminado sacrificándolo todo (su religión, su felicidad, sus esperanzas y, en definitiva, su vida) a esa necesidad de certeza racional.

Michel Houellebecq







Éste no es un relato en el que haya una condición equitativa entre las partes, nuestra posición es más bien la del panóptico que figura entre aquellos hombres que aún se llaman así mismos “trabajadores”. No somos mas que el observador-observado en el que nuestra propia condición de alienados –tanto por los límites del lenguaje, la raza, la condición cultural y el nivel de educación–, señala una diferencia tal que nos impide integrarnos por completo. No somos mas que el “otro” que navega entre los “otros”. Un panóptico que adopta otra postura, pues ya no es vertical ni hegemónica, sino horizontal y sincrónica. Ritmos, como se denominaría a la oscilación entre tiempo y espacio específicos y gasto de energía empleado, para entender la historia, o el “acontecimiento”, en términos de compases sincrónicos, fuera del añejo determinismo bivalente de la causa-efecto. A la vez se trata de una práctica de voyeurismo antropológico, un ejercicio de geografía visual para explorar el “topos” del lenguaje que no ha sido del todo examinado, aquellos rincones en los que se deposita el asalto o el desconcierto, de donde provienen, muchas veces, los sonidos y las grafías que se discuten un lugar en la lengua y el habla de los individuos. No negamos el placer que nos produce ser “espía” de estos hombres, siempre bajo el estatuto de la mirada, –puesto que nuestra condición no puede ser otra–. Una mirada que los penetra cual microscopio del alma, los inspecciona, los examina y que en esa medida los captura en las galeras de la memoria, no sin antes haber sido auscultado por ellos. Nuestra voz no es más que un “retrato” de lo que sucederá, más aún, la voz que no se pronuncia, aún… y que en ese sentido oscila entre el silencio, el vacío o la carencia hasta el momento de su enunciación. Arqueología de lo que viene, de lo que está por convertirse en ruina, en huella, en memoria...







El acontecimiento



El uniforme ha desechado la tela para volverse parte integral del cuerpo, a tal grado que se ha adherido a la carne como el trapo viejo absorbe con lentitud el agua derramada en el suelo. Esta segunda piel no requiere de las siglas de la empresa, el logotipo o algún color distintivo, tan sólo basta con hacer del cuerpo del empleado, cual cicatriz, el sello distintivo del cansancio. Tatuaje del capitalismo que rebasa los límites de la membrana para inscribirse en lo más profundo del individuo –si se prefiere, en sentido romántico, podemos llamarle como alguna vez le conocimos con el nombre de alma–.

Después de recibir la llamada de F y de haber abordado la camioneta de la empresa que nos conducía a la “fábrica” a las afueras de la ciudad, a uno de los otrora "lugares de encierro", la noche se perfilaba misteriosa, en cuyo seno se depositaba el desconcierto. Llegué al “lugar” e intercambié mi identificación por unas llaves, y la metáfora no es excesiva cuando aún hoy recuerdo que ahí abandoné mi identidad por cuestión de horas. Deposité mis pertenencias en el locker y me dejé guiar por el sudaní que apenas había pronunciado su nombre en un inglés deformado por la falta de educación, en reciprocidad le había contestado con el mío. A pesar de lo atropellado del lenguaje, nuestra charla “tuvo lugar”…
Al subir a la cantina tenía tal cara de desconcierto que uno de los hombres que venía en la camioneta, y que no reconocí sino hasta el momento de iniciar nuestra plática, me hizo una seña y se dirigió a mí inmediatamente en español. Resultó que el tal Karim era marroquí y había vivido en E durante largo tiempo, lugar donde tenía su negocio, un modesto bar que compartía con su hermano; lugar donde había conocido a la que ahora es su mujer con la que tiene una pequeña niña de escasos cuatro años. Su español, con varias deficiencias por causa del olvido, apenas articulaba algunas ideas que pude entender. La espera se hacía larga conforme avanzaba la plática, pero pude notar que su cara reflejaba cansancio, y me daba la impresión que no estaba totalmente convencido de vivir en H. Pude percatarme que cada vez que pronunciaba "E" los ojos se le llenaban de alegría y nostalgia a la vez, definitivamente era la tierra de su esperanza, un lugar cercano a casa donde los amigos y la familia abundaban, pero que ahora parecían más lejanos que nunca. Me parecía que había abandonado el lugar que le había dado trabajo, amigos y que en algún momento le había proporcionado la posibilidad de enamorarse. Una sombra gris rondaba sobre él, y su expresión de inconformidad se hacía más fuerte a pesar de las sonrisas que esbozó mientras me contaba su vida. Su situación ahora es la del desarraigo, exilio del paisaje que le proporcionó identidad, precisamente, porque los amigos, los abrazos y las palabras tiernas se tornaron insuficientes ante la dificultad de encontrar un trabajo estable.
Esta vez no me sentí como traidor, ese sentimiento disminuido ahora, había cedido el paso a otro más incierto aún, creo que me encontraba desconcertado y hasta humillado. Me parecía que estaba siendo víctima de una estrategia postcolonial para humillar al "otro", al "subalterno económico" que no tiene oportunidad de adaptarse a la sociedades postindustriales por diferentes razones, entre ellas el idioma, la diferencia racial, sexual, religiosa o la educación. El lenguaje usado como arma para doblegar la voluntad del sujeto; como respuesta, una estrategia usada a la inversa, micropolítica del lenguaje que reacciona y fricciona ante el embate.
Pasada la media hora y a punto de empezar la jornada nos dirigimos hacia un enorme pasillo lleno de rieles, una secuencia de costillas que figuraban una monumental columna vertebral de algún organismo. En ellos se deslizaban montones de cajas de cartón a veces envueltas en su segunda piel; el suave plástico transparente que se estría en su exterior. Rieles que desembocaban en camiones de carga que se intercalaban cada hora y media cuando el vacío del interior se tornaba inaccesible. El lugar era lúgubre y al entrar al interior vacío de los trailers el ambiente se tornaba frío, como una cueva moderna que satura su espacio lentamente de aquel "objeto del siglo" que envuelven las cajas de cartón, y que deben su condición a la producción serial, a la matriz que las engendró. Definitivamente un gran sistema donde los órganos no sólo son las cajas inertes, sino los "obreros". Un sistema que inocula la metástasis de su información en los contenedores. Más que producción, el asunto se centra en la distribución, en la transmisión de aquellos objetos-imagen que son la mercancía. Para tales efectos ya no hacen falta las hordas de empleados que desfilaban a lo largo y ancho de las fábricas, además de que han sido sustituidos, paulatinamente, por máquinas y aparatos que resumen su fuerza. Lugares de encierro que ya no están destinados a la producción, tan sólo a administrar y distribuir lo que dejan los objetos a su paso. Un mecanismo de poder que se ha terminado de implementar en la vida cotidiana de los sujetos y que ha cedido el paso a las sociedades de control.
A los pocos minutos de haber ingresado al interior de dicho organismo, nos ubicamos por pares al interior de cada contenedor y la jornada comenzó monótona; consistía en mover cajas de un lugar a otro en un compás repetitivo y carente de ritmo, seco y estéril que poco a poco se introdujo en el bioritmo natural del cuerpo para manipularlo como una marioneta. Poco a poco la velocidad de este compás se incrementó sin alterar su ritmo, tan sólo para hacer más ardua la jornada. Jamás hubiera imaginado que aquel hombre, con el que había intercambiado unas cuantas palabras horas antes, compartiría conmigo, en el transcurso de la noche, la foto de su hija que guardaba en su móvil. Tan sólo una señal de camaradería. Unos cuantos segundos bastaron para contemplar la foto de su hija en el interior oscuro de aquel lugar que me había despojado de mi identidad. La escasa luz que emitía el teléfono iluminó su cara mostrando el encanto que le producía, y me dejó ver la pequeña sonrisa que se dibujó en su rostro haciendo menos oscuro el encierro que nos gobernaba. Tal vez un “lugar común”, pero finalmente un “topos” en el que ocurrió el encuentro. Es cierto, el “aura” se deposita todavía en las fotografías de retratos, quizá por el efecto metonímico que la misma fotografía produce al anularse como medio para mostrar el referente como la cosa en sí. Fatalidad de la fotografía o simulacro de nuestra mente, tan sólo la alegría que arrancan dichos dispositivos para salir a flote. En aquel instante me pareció que la luz de su móvil poco a poco dejó de iluminar, como una vela a punto de extinguirse, el interior oscuro de aquel lugar que me había convertido en un número, un código que me ubicaría en las coordenadas de aquel sitio, en el cual me encontraba encerrado, prisionero, atado, donde se cancelaba la posibilidad de ubicarme detrás de mi y mirar por encima de mi hombro por espacio de ocho horas.
Las distintas actividades se jerarquizaban de acuerdo al conocimiento de los códigos, sólo aquellos que los conocían podían acceder a los aparatos que superan al individuo proporción, otras veces se dividía de acuerdo al sexo. Mi “trabajo” consistía en acumular, de manera más o menos organizada y paulatina, cada una de las cajas que se deslizaba por el riel, de tal manera que tenía que ordenar las más que pudiera en el menor tiempo posible. Al empezar la tarea los músculos de mis brazos poco a poco cedían al peso de las cajas y al gran número de ellas. Mis músculos, adormecidos y atrofiados por la falta de trabajo, del esfuerzo que implica cargar las cajas, se colapsaban casi hasta el abandono. El tiempo se volvía infinito al interior oscuro, apenas alumbrado por una lámpara de luz mediocre que iluminaba los distintos tubos de acero que daban forma al riel en un ritmo de secuencia progresiva, que coincidía con la marcha de las cajas por su superficie. Con el paso del tiempo el frío se volvía apenas perceptible debajo de la escasa ropa que llevaba y al calor que mi cuerpo generaba debido al ejercicio. Algunos segundos de descanso, cuando no aparecían sorpresivamente las cajas sobre la rampa, me permitían estirar las piernas y los brazos y bostezar en señal de agotamiento por mi desacostumbrada labor. Pero, en definitiva, no se trataba más de trabajo, tan sólo esfuerzo alquilado para unas cuantas horas. La actividad que le diera identidad al homo faber se diluye como tal en el panorama que prefiguran las sociedades postindustriales. Su transformación obedece en parte a la dinámica económica que impera en la era global, y en parte al desprecio que ha sufrido la producción. El hecho de manipular el mundo, de otorgarle otra forma y otra materia, se ha suspendido. No se ha cancelado del todo, puesto que son las periferias, en su mayoría, quienes se dedican a producir dichos artículos que proveen de fascinación. Ahora entiendo porque se ha enmascarado el sudor y el "mal" olor con perfumes y lociones antitranspirantes, tecnologías que ocultan los olores naturales del cuerpo y que borran el pasado obrero que la sociedad posindustrial detesta, pero que se contradice al necesitar de esa "fuerza acumulada" del "obrero". Ahora entiendo porque las oficinas del actual burócrata o "secretario de la información", a diferencia de los lugares fríos y oscuros que son los lugares de encierro, tienen otro tipo de iluminación y otro tipo de mobiliario en el que no se requiere de esfuerzo para desempeñar las tareas correspondientes, se trata de otros dispositivos, ortopédicos a fin de cuentas, para educar el cuerpo: en otros términos, otra economía y ecología de los dispositivos sobre el cuerpo. Ahora entiendo el sueño de los artistas-productores en ver en ese conjunto de hombres, de manos, la posibilidad de manipular el mundo a gran escala, ese sueño pospuesto que nació en una fábrica, que nació de una fábrica…
Una vez de vuelta a la tarea, cuando la rampa se saturaba de nueva cuenta, un leve sentimiento de odio se apoderaba de mí al cargar las cajas, y las más pesadas terminaban azotadas en el suelo del camión; otras, con un pequeño adhesivo que las cubría con la palabra "frágil", eran doblemente maltratadas para probar la resistencia del empaque. Uno aprende a odiarlas por el dolor que le causan al cuerpo, y a veces, hasta perder toda noción ética al respecto. El dolor no es el único dispositivo coercitivo sobre el cuerpo del empleado. El cansancio acumulado, la rutina, la falta de música o la risa pospuesta se insertan como mecanismos de fuerza que friccionan el cuerpo del sujeto: fricción porque opone resistencia, la del sujeto, ante el constante y desgastador dispositivo disciplinario del trabajo. La solemnidad arrastra hasta los umbrales del aburrimiento a tal punto que sofoca la imaginación y el ingenio. Función ortopédica que intenta sujetar al individuo, que pretende aprisionarlo en aquella cárcel temporal que es la fábrica y cuya fuerza menguada aún resiste ante la tentativa por colonizar su voluntad. Si algo ha aprendido el capitalismo del fascismo no ha sido otra cosa que su forma de organizar la economía de la segunda mitad del siglo XX y a dosificar los esfuerzos del "trabajador": ocho horas diarias bastan sin ser excesivas, pero al fin y al cabo diarias, por el resto de sus vidas... Campos de concentración que invierten y dirigen la fuerza de trabajo de los empleados hacia los ahora ghettos de consumo, en cuyas ocho horas corresponden en magnitud a una vida destinada al trabajo forzado, a la bala, o a la falta de alimento de aquellos sitios que los despojaba de su condición humana.
Pasada la media noche sólo veía cuerpos envueltos en ropas manchadas, manos cubiertas por el polvo y maltratadas con rasguños que ocasionaban las cajas, espaldas encorvadas y caras uniformadas con la misma expresión de abandono ante lo inevitable. El reloj desgranaba lentamente los minutos postergando la hora de la salida. El agobio dominaba la escena, sin embargo, los sabores de la comida me sacudieron de mi situación, removiendo por momentos el tedio y el fastidio.
Lo que parece innegable es el “fantasma” que ronda en esos lugares, el espectro de lo que alguna vez sostuvo una hoz y un martillo que simbolizabaron su fuerza. Ahora sólo quedan cuerpos cansados que han sido desarmados, cercenados en sus extremidades –discapacitados–, y que en lugar de herramientas que les concedían la facultad para manipular el mundo, ahora portan prótesis que, con tan sólo apretar un botón, resumen el trabajo de unos cuantos hombres. Disminuidos en número y en capacidad, las prótesis han menguado sus fuerzas y han terminado por sustituirlas en potencia y proporción. Terminada la jornada, dichas prótesis son abandonadas, y los cuerpos disminuidos apenas recuerdan, con una expresión de desconcierto, la presencia de aquellos miembros que les han sido amputados, sin embargo, parece que aún guardan en la añoranza, en aquello que extrañan, el poder para liberarse.
Semanas más tarde regresé a la misma fábrica con la intención de volver a ver a Karim. Él ya no me reconoció. Un compañero de trabajo me dijo alguna vez que las personas te transforman; sus gestos, su lenguaje, su mirada, su expresión. Definitivamente había sido transformado por el encuentro con Karim, pero qué tanto yo lo había transformado…

La familia, la escuela, el hospital, la fábrica o la prisión formaban los dispositivos de las llamadas “sociedades disciplinarias”, su momento de crisis ha dado cabida a las llamadas “sociedades de control”, cuya diferencia radica, principalmente en el estado en el que se encuentran. En ese tránsito la fábrica ha dejado de ser lo que era, el trabajo se ha modificado, y el obrero se ha tornado en fantasma, entre otras cosas. Convendría preguntarse cómo se define esta geografía inestable y nómada, donde los mecanismos de fuerza ejercen presión sobre el cuerpo para coercionar y doblegar la voluntad del sujeto ¿Qué ha pasado con los “espacios de encierro”, con sus “prisioneros” y con sus “carceleros” en esta realidad móvil?
Es cierto, la técnica consiste en un proceso de des-centramiento y re-centramiento, es un hecho que se define como un proceso que separa y acerca, que aleja y aproxima, que cercena y dota, unas veces aliena y otras no, sin embargo, lo que parece innegable es que señala algo entre el sujeto y el mundo exterior, señala que ahora hay algo entre los dos. La técnica no sólo incide en el “empobrecimiento de la experiencia”, resulta una visión parcial, en todo caso opera como una ventana, nos protege del abrasador frío o del corrosivo calor al mismo tiempo que nos permite observar la belleza del paisaje, siempre y cuando éste exista todavía…






De por qué Yo quiero a América, pero América no me quiere



Siete horas mide el Atlántico, tan sólo siete horas separan a Europa de América. Hoy, en el mapa del mundo Europa sigue apareciendo al centro, y entonces la pregunta consiste si en ese mapa alguna vez América suplantará a Europa. Por supuesto, la pregunta guarda cierta ingenuidad, pero también cierta maldad en su enunciación (en todo caso no es sólo cuestión de espacio, sino de tiempo). Por un lado, imaginar a América en el centro supone modificar la cartografía global en función de un centro hegemónico que esconde todo deseo imperialista; esta vez sólo un cambio de coordenadas a nivel simbólico. Sería también pasar por alto que los centros han cambiado de eje, que su localización se ha vuelto inespecífica, móvil, flexible; y por lo tanto desconocer el papel relevante de la intervención de la otra América en el orden económico y político mundial. Pero en última instancia significa invertir la dialéctica hegeliana sobre el amo y el esclavo, aquella que ha conocido América, y otros lugares del mundo, en un sólo sentido; una dialéctica que el proyecto de progreso racional, engendrado con el Iluminismo europeo, ha extendido a lo largo y ancho del planeta. De cierta forma, América está al centro, pero se trata sobre todo de la otra América: aquella que ha hecho del imperio de los sentidos el porvenir de uno solo; aquella que ha mimetizado y minimalizado la forma sólo para evitar la desavenencia; aquella que ha hecho de la lengua la extensión de sus fronteras, la cual ha penetrado –en su forma ideológica– el paladar de la consciencia; pero no es a ella a la que nos queremos referir, aunque de cierta manera las consecuencias de sus actos se viertan en el discurso.
Siete horas hacen la diferencia, quizá no la profundizan, pero si la retrasan. Surge la pregunta si la avanzada de la modernidad europea equivale a esa duración, si la diferencia entre una sociedad posindustrializada y una que todavía se dedica a producir bienes corresponde a ese tiempo, y tal vez a ese espacio. La pregunta surge ¿por qué el tiempo de la modernidad inicia en tal meridiano, cuando se supone que comienza en el horizonte? De lo que a primera vista parece evidente es que las ciudades en Europa tienen otro tiempo distinto a las de América; en las primeras se respira la nostalgia por el pasado, en las segundas la nostalgia por el futuro . En cualquier caso es indiscutible que se necesitan nuevas herramientas para medir la modernidad que se vive hoy día, para dar cuenta de su espacialidad y su temporalidad, así como de las resonancias que sus ritmos provocan ya no en su estado sólido, pero sí tal vez en su estado líquido . Y, entonces, Habermas se vuelve inevitable al plantear la cuestión de la modernidad como un “proceso inacabado”, a lo que convendría agregar ¿qué sucedería con este proyecto en la realidad de América ? Plantear la pregunta sobre la modernidad no obedece sólo a una cuestión histórica en el sentido de examinar el origen del término y los distintos usos que han adoptado en el devenir del tiempo. Por el contrario, se trata de una pregunta en sentido semántico en el que se averigüe el significado vinculado a dicho concepto en relación con el discurso contemporáneo del estado actual de la cultura: lo que significa no sólo revisar su devenir geopolítico o económico, sino biopolítico , en el contexto nómada que las sociedades de la actualidad adquieren en sus límites.
El discurso ya no es sólo continental, su geometría se ha visto trastocada por las turbulencias de los centros y de las periferias; sus movimientos, sus vaivenes, sus ritmos… Una de las problemáticas en nuestra presente aldea global que se ha generado con el proyecto moderno ha sido el de los flujos. Ya no se trata solamente de las migraciones de las zonas rurales a las ciudades que en otros tiempos obedeció a la creciente industrialización de los centros urbanos en detrimento del campo, cuyos beneficios pretendían favorecer a las mayorías. En su lugar, pareciera que la fuerza centrípeta de las ciudades, en su otrora contexto local, se ha modificado para dar lugar al campo de atracción de otro tipo de configuraciones de poder que se definen en las sociedades postindustriales, cuyo desarrollo coincide con el de una economía mundial interconectada por la red donde se agiliza el intercambio simbólico ya sea por razones de tiempo o espacio. Estos campos de atracción terminan por atraer a aquellas inmensas mayorías que, ya sea por una necesidad postcolonial o de otra índole, poco a poco han modificado las líneas fronterizas de la añeja construcción del Estado-nación para generar, en primer lugar, otro tipo de paisaje geo-lingüístico, y posteriormente nuevas disposiciones económicas, políticas y sociales: un exilio masivo que va de Europa del este al centro; de sur a norte en el continente americano; o de África a Europa en sus múltiples direcciones, entre otros. Este tipo de intercambio no sólo es en un sentido, también las periferias ejercen otro tipo de atracción no sólo por sus materias primas sino por su fuerza de trabajo en extremo barata, basta señalar la petroguerra desatada en Oriente Medio con el pretexto de las “armas de destrucción masiva” y la necesidad imperante de una reforma que construya un modelo artificial democrático, basado en el libre mercado, que pretendía liberar a los iraquíes del yugo tirano de Hussein. Pero hasta dónde este impulso migratorio se debe a una necesidad postcolonial –un proceso inacabado entre culturas que tiene la apariencia de una deuda genética¬¬–, cuya posibilidad se ha logrado, en parte, a la homogenización de las culturas a través de una sola lengua.
El cambio surge principalmente en la dinámica que los centros y las periferias producen en el seno de la producción, distribución (administración) y consumo no sólo de la mercancía sino de su signo, es decir, no sólo del objeto material, sino de su codificación (marca) y su imagen (desplegado imagológico que la sostiene o marketing). En su mayoría, los centros postindustriales han dejado de elaborar bienes de consumo para centrarse en la administración de símbolos que sustituyen a dichos objetos, y en su lugar, han sido las periferias quienes se dedican a la manufacturación de la mercancía como tal. Parece, entonces, que la antigua dicotomía platónica entre la idea y el cuerpo ha cobrado un sentido utilitarista en el contexto de una macro escala global. El diseño, en tanto concepción del objeto –su idea–, se produce en los centros, y en las periferias es donde se maquila la mercancía, cuya fuerza del subalterno económico equivale al cuerpo que la moldea. No se trata más de gobernar la forma, sino la idea que la produce. Es cierto que a diario pasan por nuestras manos artículos hechos en el interior para el exterior, como los de Korea, Taiwán, Vietnam y muchos más, pero son los productos de las marcas como Levi’s, Nike, General Motors, IBM, Vans, Diesel entre otras, hechos en zonas de libre comercio que se fabrican en el exterior, en sus llamadas plantas de procesamiento gobernadas por contratistas a su servicio, para consumo interno. Las fábricas de los centros han cedido lugar a las empresas, o como explica Naomi Klein , son estas últimas quienes ahora gobiernan los símbolos y destituyen la producción a un segundo plano. En su lugar, el valor añadido que provocan las marcas se ha vuelto de primer orden y toda la producción que antes se realizaba en los centros ahora se “externaliza”, se vuelve asunto de las periferias extranjeras-extrañas, por su barato costo de realización.
Esta transformación en la producción señala, principalmente, el cambio efectuado en el esfuerzo. Desde finales del siglo XVIII a mediados del siglo XX la producción había estado basada en la fuerza del trabajador que gradualmente se ha ido sustituyendo por máquinas y aparatos. A partir de la segunda mitad del siglo XX la producción se constituyó con un matiz diferente que va del puño al índice , dejando de lado la antigua lucha de clases entre el propietario burgués y el obrero y transformando por completo la esfera pública y privada. Finalmente, se ha despojado al trabajador de aquellas herramientas (como la hoz y el martillo) que alguna vez le dieron identidad, para dotarlo de extensiones (o prótesis) que amplifican su fuerza y que lo disminuyen en número evitando su concentración u organización, y que de alguna manera diluyeron o confundieron su identidad.
Así, esta dinámica se ha organizado bajo la batuta de un lenguaje internacional –cuya apariencia minimalista basada en pares binarios sirve para evitar la confusión y facilitar la comunicación, según los lineamientos de la eficiencia–. Dicho código internacional empieza a ser el “habla” de un pequeño grupo de personas o “especialistas” que saben decodificarlo –interpretarlo–, y cuyo sentido descifrado generalmente se transmite en el esperanto de las naciones: el inglés . Así, quienes poseen la información requerida pueden ingresar en el régimen de alquiler laboral que la propia dinámica del flujo impone y cuya actualización es importante para mantener las competencia técnica, donde la alienación se hace evidente en el momento de no poder compartir el código. La problemática consiste no sólo en considerar que estos antiguos obreros se han transformado, tal vez, en secretarios de la información, sino en considerar ¿Por qué hasta el momento sigue habiendo desplazados o subalternos incapaces de ser propietarios? En última instancia, de sus propias materias primas o de organizar su propia fuerza de trabajo, ya sea por una cuestión del lenguaje, educación, raza, o diferencia cultural en el seno de los flujos transfronterizos, cuyo sentido de comunidad se ve desbordado y donde el desarraigo, la alienación o la distancia se vuelven su “lugar”.
El problema de la modernidad líquida es que todo fluye, pero la mayoría de las veces por extraños caminos, de igual forma resulta difícil asirse en la vorágine de su realidad telemática que gobierna su espacio y tiempo. ¿Qué nos queda ante el desolado panorama que nos presenta el flujo de esta modernidad cuando desertifica lo real? ¿Cómo frenar su avance o como abordar el ritmo acelerado que genera sin perdernos en el simulacro de su mapa?

Notas sobre la dialéctica del receptor y el emisor amoroso

Ante este horizonte nuestro análisis se centra en el cambio de esta fuerza de trabajo que se ha visto modificada por la tecnología y sus choques culturales, cuyas transformaciones han terminado por desarmar al otrora trabajador que sostenía al mundo en sus manos para otorgarle no sólo de extensiones, sino de prótesis que lo suplantan en número y fuerza. Nos interesa también señalar el tipo de alienación que sufre este obrero informado (o subalterno económico ) en el contexto de un intercambio global donde el lenguaje, los usos y costumbres se ven trastocados y vueltos frontera; pero también las posibilidades que tiene para evitar dicha enajenación. Para conseguir este propósito es necesario invertir la dialéctica sobre el amo y el esclavo, que va del reconocimiento del sujeto moderno –en especial el prototipo masculino, blanco, occidental– en oposición al Otro –vinculado con lo extraño, lo monstruoso o lo endemoniado y en el mejor de los casos con lo virginal, lo puro, lo exótico o lo perpetrado en el tiempo– , y cuyo desarrollo ha correspondido, en gran medida, al proceso de colonización. Para responder a esta necesidad postcolonial proponemos una dialéctica entre el emisor y el receptor cuyo reconocimiento de ambas partes ya no reside propiamente en ellos, surge en las mutaciones no sólo del habla, sino de la lengua; aquellas que se construyen y se destruyen (o aquellas que se pronuncian y se callan) a diario en los límites del Estado-nación y cuyo silencio se ha vuelto arqueología.
¿En qué consiste dicha dialéctica? Por principio de cuenta nos referimos a una dialéctica del emisor y el receptor en su sentido más llano, claro y directo, cuya función comunicativa es la base. Sin embargo, nuestra intención es potenciar dicha estructura al grado de encontrar los intersticios que se originan en el encuentro de dos diferencias para generar una tercera, donde el lenguaje opera en múltiples direcciones. Que mejor arena que el terreno en el que se encuentran las fronteras políticas hoy día, donde se resguardan las posibilidades detrás del lenguaje, del habla y la lengua, cuyo “otro” sentido desborda, interfiere o desterritorializa la gramática de los códigos.
Todo mensaje necesita una fuente emisora, una fuente receptora y un canal en el que pueda desarrollarse dicho evento. Así es como en 1961, Roland Barthes comienza su ensayo sobre “El mensaje fotográfico” en el que desenmascara la ideología (mitología) realista que se oculta tras la imagen fotográfica, y quizá detrás de los propios medios de comunicación como la prensa o los anuncios (advertisment). Si alguno de aquellos componentes falla, entonces el mensaje se retrasa o se pierde y por lo tanto la comunicación fracasa, sin embargo, es importante señalar que el proceso de comunicación, en el caso del habla y algunas veces el que producen las imágenes técnicas, se puede llevar a cabo a pesar de que el mensaje contenga ruido o sea redundante, precisamente porque la comunicación no es directa, continua, completa o lineal, sino pausada, discontinua, fragmentada y no lineal.
Para la teoría de los media (Media Theory), el medio en el que se produce el mensaje tiene un papel relevante porque afecta tanto al receptor, al emisor y al mensaje, y sobre todo porque el mismo medio propicia un ambiente (environment), “un espacio o esfera de interés en el que los usuarios del medio se pueden entender unos a otros porque comparten una peculiar manera de ver, prefigurada por el medio” . El lenguaje es el principal medio en el que se transmite un mensaje, ya sea a través de distintos canales como la palabra o el papel para referirnos al lenguaje oído-hablado o leído-escrito. Sin embargo, el habla, explica Barthes, se define como el uso particular que los individuos hacen del lenguaje; y la lengua sería la parte consensada entre los individuos, en este caso, circunscrita al contexto cultural, es decir, el código que se comparte en una comunidad. El territorio en el que se desarrollan las actuales “culturas híbridas” consiste precisamente en que la lengua y el habla no se sustentan en el mismo ambiente (environment), ya que éste carece de un espacio específico porque se modifica constantemente, en el que las correspondencias entre las lenguas no es precisa, debido, en parte, a las condiciones socioeconómicas que se imponen en los límites geopolíticos. ¿De qué manera, entonces, se pueden superar las deficiencias del lenguaje comunicativo? ¿Cómo podemos reconocer el espacio en el que se lleva a cabo este intercambio geo-lingüístico en el que sus capas tectónicas se superponen unas a otras?

Si es cierto que los dispositivos del poder no están resguardados en un centro, entonces habrá que averiguar “dónde” está el continente o bajo qué estrategias opera y toma lugar. Los muros se han derribado, es cierto, pero han adoptado otra forma. La condición que impera en los estados actuales de la modernidad es la del exilio y bajo este esquema habrá que adoptar ciertas tácticas para evitar que la dignidad humana sea expropiada. No hay emisor que no se reconozca también como receptor y viceversa, no hay receptor que no se identifique en su rol de emisor. A diferencia de la dialéctica del amo y del esclavo, aquellas figuras generan otra dinámica en el que el reconocimiento de la diferencia y la identidad se transmutan mientras el mensaje fluye. En este esquema, las figuras cambian constantemente de papel, intercambian roles, permutan el lenguaje. Pero puesto que nuestro asunto no es meramente la comunicación queremos proponer otro esquema en el que la dialéctica del emisor y el receptor vaya más allá y es, precisamente, la dialéctica del amante y el amado.
Todo discurso, por inocente que parezca, siempre es ideológico, porque trata de implementar un mecanismo de fuerza sobre otro: violentación del pensamiento si se prefiere. La violencia que se oculta en esta dialéctica se encuentra justo detrás del lenguaje; aquella que lo somete al intercambio amoroso; aquella que sale de entre las sombras para doblegar su gramática; sintáxis y semántica del lenguaje que operan en función de una micropolítica del deseo; gasto inútil del vocabulario para agotar el discurso amoroso, en última instancia no para extinguirlo, sino para potenciarlo. Una micropolítica porque opera de lo singular a lo plural para crear un lugar ¬–bajo la expectativa de un tiempo y un espacio determinados–, cuyo gasto de energía corresponde a unas formas específicas de comportamiento, de decir y de sentir, que crean un sentido de comunidad, es decir, por las relaciones que provoca en el espacio común, que van de lo privado a lo público y viceversa.
Con la intención de analizar los distintos modos de enunciación, el discurso amoroso, según explica Roland Barthes en su famoso libro “Fragmentos de un discurso amoroso”, está fundamentado en los “arrebatos” que el lenguaje produce. A pesar de que su condición sea caprichosa y aleatoria se presentan ante el sujeto para construir el discurso, el cual se constituye de retazos, de segmentos, cuya apariencia son las “figuras”. La cualidad de estas figuras es que fundan un “topos”, un lugar, explica el mismo Barthes, en el que se produce el encuentro de dos partes (tal vez el propio autor y el lector, tal vez el amante y el amado). En las figuras hay algo tenso, quieto y algo en movimiento, vago, por lo mismo no se trata de un “mensaje acabado”. La figura siempre está abierta para ser completada precisamente porque consta de una parte “proyectiva” y una parte “codificada”. En la primera, el lector puede depositar (proyectar) su imaginario, mientras que la segunda forma parte del repertorio de estereotipos que de alguna manera compartimos socialmente. No se trata más que de un “modesto comentario”, afirma Barthes, sin la intención de formular una definición, cerrada –a veces estéril por su propia estructura–, de las figuras que menciona a lo largo del libro. La importancia de estas figuras no radica en lo que dicen, sino en lo que “articulan”, lo que evocan. Lo que “se dice” siempre tiene la forma de algo terminado, definido; en cambio lo que “se articula” permanece abierto, vago y por lo mismo, en movimiento.
Esta parte que produce el encuentro, el reconocimiento de algo que parecía lejano, se asemeja a otra de las figuras que Barthes utiliza; la del punctum . El encuentro surge en el momento del pinchazo, de la herida que provoca la fotografía, sin embargo, lo que punza es prácticamente inasible por el lenguaje, se diluye en su dificultad por pronunciarlo. Por otra parte, Barthes define al sentido obtuso por ese excedente del lenguaje que difícilmente consigue asir, se escapa de su terreno, aunque es de ahí de donde proviene. Así como las figuras del discurso amoroso, el sentido obtuso es un “pliegue del lenguaje” que le proporciona articulación. Tanto el punctum como el tercer sentido, el de lo obtuso, son zonas pantanosas en las que se “desenvuelve” el lenguaje. Son justamente estas zonas las que llaman nuestra atención, porque son el “topos” en el que los “fragmentos”, el discurso propiamente dicho, toman lugar.
Alienado no sólo es ser diagnosticado enfermo, culpable o ignorante; consiste también en hacer del lenguaje un monólogo o un diálogo muerto; significa callar los espacios y los tiempos donde el habla tiene lugar, aquel donde la palabra apenas balbucea, en el que su estructura semántica vacila y su sintaxis carece de forma todavía... Por supuesto, las fronteras políticas son sólo un ejemplo y quizá una metáfora de los lugares donde el lenguaje lleva a cabo su intercambio de forma accidentada, fragmentada. Es ahí donde el lenguaje tropieza, duda, donde pronuncia con dificultad, donde hay huecos y carencias (fallas). Siendo así, por efecto de transferencia, el obrero es al amante lo que el propietario al amado o, en otros términos, hacer de todo obrero un amante para que ocurra el encuentro, para que tenga lugar el discurso. El discurso amoroso, entonces, se vuelve un recurso político que provoca espacios de encuentro, no sólo una utopía posible, sino una ucronía, cuyos ritmos estén destinados al intercambio geo-lingüístico en el que la palabra se vuelva potencia del eco que padece.
Para toda brecha existe la posibilidad de un puente, aunque no todo puente sirve para cada brecha. Con esta dialéctica del amante y el amado intentamos producir plataformas para los que muchas veces no hay fisuras, y por supuesto para las que todavía no constan de camino alguno. Pese a todo, pretendemos hacer la arqueología de aquellos silencios que se han desvanecido, que han sido callados, aquello que no se puede pronunciar más porque se encuentra perdido. El método con el que opera dicha dialéctica es, finalmente, el de la nostalgia –pero no como la define Fredric Jameson como una categoría más en el archivero de la industria cultural de la que se puede disponer como un artículo de catálogo, es decir, cuando se vuelve escenario para la moda como instrumento de la canibalización mediática–, sino porque la consciencia nostálgica no sólo mira hacia atrás desde el presente, puede escapar a la memoria en su intento por ver más allá. Una consciencia nostálgica que por su propia dinámica sabe de donde proviene, donde está y hacia dónde puede dirigirse y que por esa cualidad puede invertir o disminuir la velocidad de su recorrido. Es innegable que para algunas sociedades el amanecer ha sucedido más temprano, pero es cierto también que el ocaso llega más pronto, así como el paisaje espera a ser contemplado por última vez justo antes de que se ponga el sol. Ante el enfrentamiento hostil de las armas, nosotros responderemos con el puño desnudo en alto en señal de trabajo, en este sentido, habrá que invertir los frentes y hacer de la vanguardia una retaguardia para que el tiempo no nos alcance…






Sobre la dialéctica del amante y el amado. Hacia una topografía del discurso amoroso en sentido político.



La posibilidad de vivir empieza en la mirada del otro.
Michel Houellebecq


En el siguiente diálogo hay dos voces, una que habla y otra que calla, una voz que espera tejiendo y otra que se pierde en la lejanía. Así como las lenguas muertas, su sonido se ha perdido como alguna vez existió, se trata, pues, de una arqueología de aquello que ya se pronunció; con otros vocablos, con otra entonación. Por efecto de nostalgia sólo podemos rescatar algunas huellas, rastros, algunos indicios de lo que alguna vez fue y que ahora intenta ser por otros medios: si se prefiere, fantasmas, ecos. Aquello que ahora se encuentra en el exilio, cuya frontera ha sido el silencio, más aún, el olvido. En el diálogo ya no están las palabras que alguna vez le dieron sentido, en su lugar sólo resuenan las voces, lejanas; como susurros al viento. Tal vez el diálogo se lleva a cabo en el mismo “topos”, pero es seguro que no en (in) el mismo tiempo.





El Diálogo



No, no my… love. I also get lost. I thought I could deal with the passage of distance but it was the time that finally imposed on us. Cowardly, I wanted to forget you before you gone, to see if I could take your taste on my lips out. I wanted to forget you amongst a thousand lovers to take out your smell from my fingers that many times touched your body. I am so sorry because I could not be the light you needed too much. The few light after you gone was not enough to enlight neither you nor me. Little by little, this light extinguished until I left in a deeper cold darkness; our empty bed.

Me he sumergido en el peor de los monstruos; la melancolía. El peor porque cuando menos te imaginas te devora por dentro, te vuelve un recuerdo más entre los recuerdos, te vuelve fantasma, te exilia de todo presente y más aún, de todo futuro posible. Consume el espíritu, lo carcome para dejar sólo un despojo que ya no se puede sostener.

If there was something stupid between us then it was our love: the lost time to exchange that slimy mucosa running throw our mouths; the unproductive Saturday’s afternoons contemplating our bodies until the sun died; the stupid words we said each other just to improved our love in every vowel, in every sound; the wasted caresses touching our lips; the expenditure of energy making that act of two in that ridiculous pink tiles’ bath.

Entiendo que “cerca” ya no significa contigo, en su lugar, me has pedido que realice la operación más dolorosa de todas, cercenar y separar sin anestesia alguna con los ojos abiertos admirando el pedazo amputado. Y aún hoy me duele la parte perdida: Tú. Lo más grave de una herida es la cicatriz que perdura. Sólo me queda alimentarme de recuerdos, de restos: carroña. Y yo quedo como la hiena que se alimenta de esa materia en descomposición: tu recuerdo que se deteriora conforme la memoria se desvanece.

To love: the only verb that can be conjugated in present continuous by the second and the first person singular: You and Me. It is true, love becomes a common place, a place for community, a place for communion: a place for communism, a place for two.

El silencio ha terminado por separar las pieles y mi cuerpo por más que repite el nombre del tuyo éste calla o éste ya no reconoce. Temo convertirme en un exiliado de tu piel. Susurros al viento, palabras perdidas, extraviadas que no encuentran su receptor. El sonido de la última nota a punto del suicidio. La nota que muere y que se escucha por última vez. Huida. La melodía suena ajena, incomprensible; más aún, irreconocible. Deformada no por accidente sino por depreciación. Esos vocablos ya no se sostienen en mi memoria, ya no se resguardan más en mi boca, ahora le pertenecen al viento.

The landscape turned into blur not because of gaze’s deficiency but because its absence. Wreckage. I requested to memory if it could protect you from time. I appealed to memory if it could hold you to avoid you turned into a fugitive thought, a ghost, but maybe in this attempt I became one. No place.

Ya no hay más palabras bobas ni vocablos en diminutivo. No más nubes de algodón. Un vacío que se dibuja en la solemnidad de nuestros verdaderos nombres… Extravío del lenguaje. Mis lágrimas se volvieron valijas que cargan con tu recuerdo, y en el intento trato de conservarlas para que no escapes en ellas. Pero a pesar de todo, tus palabras aún suenan a miel.

© AAlejandro Navarrete,
Productor Visual
Utrecht, The Netherlands, agosto de 2007.
Ensayo que corresponde a la tesis para obtener el grado de Master in Fine Arts por la Utrecht School of Arts and Design en Utrecht, The Netherlands

Apuntes para una teoría sobre el cuerpo y la técnica como agentes del sentido. La producción simbólica en México durante los años ochenta.

EN CONSTRUCCIóN

Notas sobre el problema de la imagen técnica eficiente

1

Los últimos acontecimientos de la actualidad se han desempeñado a través de la pantalla, sólo en y a partir de ella tiene lugar el evento. Aquellas “situaciones extremas” parecen cada vez más lejanas de nuestra posición en el territorio, a tal grado que hemos llegado a dudar de la autenticidad del acontecimiento gracias a la mediación telemática que se interpone entre el evento y nosotros. Incluso, todo sentimiento apocalíptico se percibe disminuido siempre y cuando nos encontremos resguardados detrás de la pantalla. Ese “aquí y ahora” que se presentaba ante nosotros como la singularidad del hecho, ahora se reproduce en las regiones espacio-temporales que rebasan los límites de la unicidad, y sólo aquello que se presenta en la pantalla obtiene un estatuto ontológico que rebasa por mucho cualquier categoría particular. Hacer una cartografía del mundo resultaría insuficiente por la movilidad y la voracidad con la que se actualiza el mapa . Un plano que rebasa y desborda las fronteras físicas micro y macroscópicas: un “mundo” que crece no sólo al interior, sino al exterior. Proceso endógeno y exógeno donde las fronteras que un día dibujó la modernidad se han visto superadas, ahora sus restos trazan desgastadas ilusiones de lo que un día será. El nuestro es un panorama predominantemente visual ahogado por la sobreproducción de imágenes televisivas, cinemáticas, videadas, multimediáticas, fotográficas o publicitarias: medio y fines involucrados en la producción de imaginario para establecer nuevas formas de relación intersubjetivas, determinar conductas y pautas morales, definir rasgos de la personalidad y de comunidades - donde la diferencia, e incluso, la resistencia se administran por igual - y donde las principales formas de conocimiento se entrelazan con la imagen para anclar su pregnancia en las oquedades mnemotécnicas del individuo. Éste es el ambiguo andamiaje trazado por el pensamiento tecnocientífico dirigido hacia ciertos fines, sobre todo en su carácter instrumental, al mismo tiempo que ha propiciado que la sociedad se defina en términos funcionalistas principalmente.
Es moneda común que el conocimiento y la experiencia del mundo se han fincado, primordialmente, bajo el estatuto de la mirada y su equivalente receptáculo: la imagen. Dicho programa se ha establecido a partir del predominio que los medios masivos de comunicación han impuesto a las formas de la experiencia - epistemológicas o estéticas - del sujeto. Estos hechos dan cuenta del fenómeno que se ha agudizado en las últimas décadas. Hablar sobre el predominio de la visualidad - y por ende del estatuto que adquiere la imagen - no parece aportar nada nuevo, sin embargo, su desarrollo en las sociedades avanzadas y posindustriales parece cobrar ecos no imaginados hasta ahora, de igual forma en aquellas sociedades donde la ilusión del progreso aún no ha llegado. En todo caso, conviene preguntarnos ¿a qué se debe este predominio? y ¿cómo se manifiestan dichos dispositivos tecnovisuales que afectan al individuo?
Mirar, ver, observar, vigilar, contemplar, ojear, todas estas acciones parecen desarrollarse diariamente en un exceso por corroborar la realidad. Un desarrollo que se ha venido acrecentando en las sociedades dedicadas a producir información, un proceso que consiste principalmente en hacer de la existencia su imagen. Estas mismas acciones han derivado de un dominio que se ha hecho sobre la materia bajo los criterios del cálculo y la utilidad. Así, damos cuenta de un fenómeno que ha acompañado a la razón teleológica y ha sido aquel en donde la mirada adquiere un sentido instrumental.
El fenómeno no comienza de esta manera, por el contrario, ha sido el producto de un largo proceso de modificación en el ámbito socio-cultural. Existen demasiadas figuras retóricas que hacen referencia a la mirada; desde la caverna platónica en la que el personaje puede acceder al mundo inteligible a partir de la visión eidética, hasta la necesidad de la mirada como modo de satisfacción estética. Sin embargo, nos parece primordial que el incremento de la mirada coincide con algunas manifestaciones económicas y de índole científico, es decir, la instrumentalización de la mirada empieza a definirse como tal con el desarrollo de un sistema productivo que confluye con la invención de las herramientas y máquinas como extensiones corporales del ser humano: dispositivos tecnológicos que incrementan el poder para controlar y dominar la naturaleza y al otro. Si se quiere, desde el animismo prehistórico como sistema simbólico de dominación del mundo exterior a partir de una economía de la representación basada en cierta codificación realista, sin embargo, la coincidencia entre un sistema instrumental que permite la explotación y provocación de la naturaleza para su evidente administración converge con la creación de normas sistematizadas de representación, como la perspectiva albertiana y la óptica geométrica, que permiten el dominio de la naturaleza a partir de símbolos, donde la propiedad juega un papel primordial que motiva la utilización de dicho sistema. No sólo el “conocimiento es poder”, sino que la mirada, puesta al servicio de la propiedad privada, también se vuelve un mecanismo de dominación. La perspectiva no actuó sola, en realidad, es un método que permite, a partir de una fundamentación científica, el control y el ordenamiento espacial del mundo en dos dimensiones, sin embargo, también es fundamental el principio de semejanza o mímesis para entender la hegemonía de la visión. De esta forma, se establece una relación de correspondencia entre la mirada y lo que se mira, así como el hecho de que las imágenes muestran lo mismo que vemos. El que las imágenes parezcan “realistas” en su mayoría responde a ciertas necesidades instrumentales.
Como fenómeno perceptivo, la visión carece de objetividad, ésta necesita alejarse de las “pasiones” para acceder al mundo inteligible guiada por la “luz de la razón” - Descartes apuntaba en esa dirección - y bajo este paradigma la observación necesita ser neutra como principio epistemológico. El hecho de que las cámaras oscuras se empezaran a utilizar con frecuencia a partir del siglo XVI da cuenta de la creciente confianza depositada en la máquina para otorgarnos de una verdad objetiva del mundo; un ojo descarnado o, mejor dicho, descorporalizado que, a partir de su posición privilegiada, y tal vez des-apasionada, nos dota de una visión precisa, racional y objetiva del mundo.
Dicho cauce cultural no termina de esta manera. El “desencantamiento del mundo” coincide con el incremento de la razón instrumental. Así, el abandono del tropo sobre el “ojo de Dios que todo lo ve” confluye con la organización punitiva del panóptico benthamiano como un dispositivo de control y de vigilancia . El tránsito que se da desde la ubicuidad de la mirada divina hacia un individuo que vigila desde un panóptico se posiciona sobre el cuerpo político del “sujeto autónomo” que dio lugar el Iluminismo del siglo XVIII. La liquidación del ojo omnividente y su reemplazo por un dispositivo que opera bajo la lógica del poder es el mejor ejemplo sobre dicha instrumentalización de la mirada en el campo de la ética y la moral. Pero más allá del acto físico de la visión, la intención de esta instrumentalización se dirige a establecer un estado de consciencia en el sujeto que garantice la eficacia del ejercicio del poder. Al mismo tiempo se complica la idea de un sistema disciplinario como un espacio fijo donde se ejerce el poder, de esta manera, se modifica el lugar desde el cual se lleva a cabo tal ejercicio, es decir, se problematiza la espacialidad de este centro. La eficacia estriba en que este mecanismo se introduce tanto en el cuerpo social como en el cuerpo individual, entonces, ya no sería necesaria la presencia de unos ojos avizores, puesto que la eficiencia de los dispositivos se introduce en los terrenos de la consciencia. Esta mirada se desplaza a los lugares de encierro como las fábricas, los hospitales, la prisión, la familia o la escuela, entre otros. Lugares de encierro tanto físicos, experimentados hacia el espacio privado; como psíquicos, es decir, hacia el interior del sujeto. El control - a partir de la mirada o, mejor dicho, de la vigilancia - es uno de los dispositivos tecnocientíficos aplicado tanto a una función productivista de la razón, como un mecanismo que se disemina en el organismo social para mantener el orden.

2

La hegemonía del régimen escópico realista ha sido la coartada del pensamiento funcional e instrumental que ha servido para conseguir ciertos fines prácticos - económicos o de comportamiento -. Desde que se inventó la fotografía en el siglo XIX hasta nuestros días, ha habido un cambio en la manera de ver y en los consumos de lo que se mira a partir de los usos de la técnica, desde los retratos de la burguesía hasta los famosos “momentos Kodak”; del registro minucioso de las ruinas arqueológicas como efecto de la modernidad por actualizar el pasado hasta las fotografías turísticas que certifican la estancia en dichos lugares; del “buen gusto” burgués por la apreciación del desnudo hasta la “pérfida” y “mórbida” adicción de las masas por la pornografía; de la extenuante y abrumadora clasificación racial hasta su estandarización en la identidad política.
Lo anterior no quiere decir que no haya diferentes modos de mirar y consumir lo mirado, al contrario, la mirada - como fenómeno cultural - se ha modificado con respecto a la técnica y el depuramiento de los sistemas de representación, al igual que el sentido que han adquirido éstos; desde los dibujos naturalistas esparcidos con la boca sobre la rugosidad de la piedra que han pasado por el virtuosismo quiropoiético del pincel del artista, hasta lo real fotográfico con la caja negra y el simulacro binario de las computadoras. Cualquier instrumento - como extensión de la mano del hombre - ha tenido este fin, simbólico, de dominación y control de la materia. La manera en que se ha manifestado la hegemonía de la mirada como la forma que ha prevalecido en Occidente ha sido el realismo, es decir, ha sido el modo en que Occidente ha interpretado y entendido el mundo. Civilizar en todo caso significó enseñar a ver como lo hace el “hombre blanco occidental”.
En este proceso técnico y de perfeccionamiento instrumental ha habido un desplazamiento de la materia por el refinamiento de la idea manifestada como información. En este deslizamiento hacia una visualidad eficiente la técnica ha jugado un papel primordial. A diferencia de las “imágenes tradicionales”, las “imágenes técnicas” se refieren al mundo exterior a partir de la mediación de un aparato, señala Vilém Flusser . Al mismo tiempo, apunta que la práctica fotográfica se concibe bajo los dominios del juego , donde se disponen para interactuar múltiples recursos, movimientos y resultados. En términos generales, se podría entender esta actividad como el desarrollo del proceso creativo, sin embargo, lo particular de la dimensión lúdica del fotógrafo radica en el uso que le da a su juguete: la cámara, y al programa de este aparato. Asimismo, este autor diferencia el trabajo del juego y la herramienta del juguete. Por un lado, el trabajo, como categorización básica de la sociedad industrial, emplea herramientas que informan los objetos naturales del mundo exterior para convertirlos en objetos culturales, en otras palabras, se ejerce dominio sobre el mundo y sus objetos para cubrir las “necesidades” y expectativas del consumidor final. Estas últimas disquisiciones nos conducen a la pregunta ¿qué tipo de trabajo son las fotografías? Bajo esta perspectiva, el autor afirma que el fotógrafo no trabaja en los términos antes señalados, sin embargo, “hace algo: produce, procesa y abastece de símbolos” . Éste es uno de los intentos de Flusser por mostrar el tránsito de la sociedad industrial a la sociedad de la información o posindustrial, donde en la primera se producen bienes de consumo y en la segunda se produce información. En este esfuerzo, separa la actividad del fotógrafo de aquellas otras actividades que contemplan lo lúdico en su desarrollo. Uno de los rasgos esenciales de la sociedad posindustrial es la manipulación ya no ejercida sobre el objeto, sino sobre su símbolo. Este tránsito - dice Flusser - comienza con la Revolución Industrial y el empleo de máquinas que suplantan a las herramientas, las primeras ya no son sólo extensiones corporales del hombre que le han permitido manipular el mundo, sino su sustituto, de ahí hasta la invención de aparatos que, a diferencia de las máquinas, contienen “intenciones e intereses ocultos en ellos” . En este trayecto de lo industrial a lo posindustrial media la actividad del fotógrafo, porque es el encargado de dominar la realidad a partir de su imagen, de su sombra o apariencia, de su traducción a símbolo.
Así, Flusser explica que la cámara “produce superficies simbólicas de acuerdo con algún principio contenido en su interior” , este principio es el programa, lleno de probabilidades, pero de difícil acceso. La cámara, como cualquier aparato de la época industrial, obedece al programa (o proceso de sistematización y sintetización de códigos) para el que fue diseñado, en este caso, transcodifica la linealidad del mundo exterior que sucede en un espacio-tiempo de cuatro dimensiones a una superficie simbólica de situaciones reunidas en sólo dos. Dicho proceso está diseñado para cumplir un gran número de virtualidades (posibilidades) que se reúnen en fotografías. Estas virtualidades, como señala Flusser,
deben ser mayores que la capacidad del funcionario para realizarlas […] Una cámara bien programada nunca podrá ser completamente desentrañada por ningún fotógrafo, ni por todos los fotógrafos juntos. Ella es, en el sentido más amplio, una caja negra .
A partir de este programa, el fotógrafo “se encarga de descubrir las virtualidades escondidas […] maneja la cámara, la voltea, la examina y mira a través de ella” . Ahora, el fotógrafo ya no se encarga del ordenamiento y control del mundo mismo, sino del domino de su correspondiente en información, del sometimiento del mundo en su imagen, de la manipulación de su símbolo. Sin embargo, dicho dominio puede invertirse, a su vez, en la automatización de la actividad. Parece, que éste es un efecto de todo aparato, que dicha actividad repetitiva no permite liberar las potencias humanas y somete al individuo a su enajenación. Vilém Flusser no lo dice abiertamente, pero le otorga cierta autonomía al aparato, y esta cualidad es la que posibilita, entonces, un juego dialéctico entre la cámara y el fotógrafo por dotar de nuevas probabilidades al mundo. No sólo es la “caja negra” - como gusta llamar Flusser al aparato - el vehículo, también el fotógrafo. Éste juega en contra del programa de la caja negra y ésta ejerce la impenetrabilidad de su codificación sobre el funcionario de la córnea artificial. Al mismo tiempo que el fotógrafo se sumerge en el aparato, éste se pierde en aquél. La anterior es una nueva relación que Flusser utiliza para denominar al fotógrafo como “funcionario”. Hasta cierto punto la autonomía del sujeto y del aparato colaboran hacia un fin en común, a la vez, la intención del fotógrafo es encontrar aquellas virtualidades que todavía no han sido descubiertas. El fotógrafo es el encargado de explorar estas posibilidades, de dominar al aparato tanto en su interior como en su exterior para luego ser dominado por él. En este juego “el funcionario domina el aparato mediante el control de su exterior […] y es dominado a su vez por la opacidad de su interior” . Para este autor el productor aficionado, idólatra de imágenes, se conforma con procedimientos automatizados que actúan por él, se deja opacar por el aparato, la negrura de éste lo absorbe. En cambio, el funcionario trata de desentrañar las opacidades de la caja oscura para conformar situaciones improbables del mundo a partir del juego entre él y el aparato. Flusser no se detiene en hacer una clasificación exhaustiva de las fotografías. En general, los usos y consumos de las imágenes técnicas están imbuidos en las dos categorías que el autor apunta dentro de la práctica fotográfica: las “fotografías redundantes” y las “fotografías informativas”. Las primeras son aquellas que reproducen la experiencia visual, “memorias de cámara” diría el autor, configuración probable que ejemplifica el uso automatizado del aparato; las segundas son aquellas imágenes técnicas que producen configuraciones improbables, combinaciones simbólicas del mundo donde la cámara transita de una caja negra a una caja lúcida.
En general, Flusser define y sienta las bases de la sociedad de la información (una sociedad altamente espectral en sus formas): cómo los medios de producción han transitado de lo duro (hard) a lo suave (soft), del trabajo al juego, de la industria a la posindustria, de la producción a la reproducción, de las herramientas a los aparatos, del objeto a su símbolo, y de la forma a la informa. En todo caso, ahora son los dueños de los medios de re-producción quienes formulan esta distinción, por lo que capitalistas y proletariado se vuelven categorías insuficientes para delimitar esta nueva sociedad. Al respecto, Vilém Flusser trata de evidenciar este trayecto y sus cambios a través de la actividad del fotógrafo como funcionario, como jugador. Señala que estas transformaciones propenden a modelar una sociedad liberada del trabajo y dedicada al juego, como equivalente de función, es decir, dedicada a la combinación inagotable de símbolos . Para Flusser, tal vez ésta sería una sociedad del juego, una sociedad que tiende hacia su conformación improbable, hacia su codificación simbólica. Aunque su intención no es desenmascarar el simulacro que se ejerce con los aparatos, sí estriba en apuntar hacia dicho ejercicio, a cuestionar la supuesta certeza de las imágenes técnicas.
¿Por qué se vuelven actuales las categorías de símbolo y juego en el análisis de Flusser? Para el autor, el funcionario es al jugador, como el aparato al juguete y la función al juego, pero este fotógrafo-funcionario-jugador no es el creador de símbolos, sino el ejecutante de las im-probables combinaciones entre ellos, aunque esta ejecución afectada por el “error técnico” puede alterar, aún más, los resultados de manera imprevisible. La distinción, entre los símbolos de la antigüedad y los de la modernidad tardía, no estriba tanto en su uso sino en la manera de conformarlos, es decir, las imágenes técnicas reúnen en el aparato una cantidad determinada de símbolos, dentro de éste suceden tantas combinaciones de símbolos como sea posible. En todo caso, cabe la pregunta ¿por qué el acto fotográfico produce relaciones simbólicas y no de otro tipo? En general, Flusser señala que todas las imágenes, y de la misma forma se pueden incluir las técnicas, “no son conjuntos de símbolos denotativos como los números, si no [sic] conjuntos de símbolos connotativos: las imágenes son susceptibles de interpretación” en todo caso, de traducción, ya que para Flusser las imágenes técnicas corresponden, en primer lugar, a conceptos traducidos. La imagen técnica es producto de la reunión de conceptos, tanto químicos como físicos: es símbolo porque “transcodifica conceptos en situaciones”. Más que presentación, la imagen fotográfica es representación, a pesar de que los elementos dispuestos en la “situación” no sean siempre controlados en su totalidad por el funcionario. En este sentido, Flusser pondría en duda el aparente carácter objetivo y análogo de la imagen técnica. La noción de índice se problematiza al referirse al proceso automático de la caja negra, que es la traducción del mundo exterior a conceptos científicos determinados previamente por el programa de la cámara. Para Flusser el acto fotográfico, de la contingencia del acontecimiento al interior del aparato-juguete, es un acto cuasi mágico de trasustanciación de las sales de plata en “situaciones”, en tanto sustitución de los hechos con escenas, es un acto de información del espacio-tiempo en configuraciones improbables depositadas sobre un soporte. No será la primera vez que el materialismo dialéctico descubra el valor ritual de la técnica y describa cierto misticismo del trabajo. Así, en Flusser, el juego participa del carácter simbólico. De esta manera, la información no se reduce únicamente a dato, sino que se abre a su forma simbólica, cuyo significado no queda reducido a la funcionalidad del código, sino a su interpretación abierta, polisémica y multidireccional. En el símbolo hay señales de reconocimiento, que nos permiten acceder e involucrarnos con la imagen. Para Flusser es evidente que las imágenes técnicas son conformaciones simbólicas más allá de ser sólo índices, en la superficie son huellas de apariencia objetiva que nos hablan del mundo exterior, sin embargo, es innegable que mientras profundizamos al interior de ellas, las fotografías no son únicamente lo que vemos (superficie-apariencia), son relaciones de signos que se imbrican unos con otros.

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La industria de la cultura visual ha abarcado, no sólo todos los niveles de la existencia del ser humano, sino todos sus momentos; la producción serial de lo singular se lleva acabo bajo el efecto de realidad de la imagen técnica. En gran medida, este efecto se ha conservado en nuestras sociedades posindustriales bajo la batuta del conocimiento y la moral, pero sobre todo por los usos promovidos de la estética contemporánea a través de la reproducción mecánica de lo singular de lo fotogénico realista. La industrialización de la mirada tiene que ver con la estandarización de los estilos a partir de la uniformidad de la reproducción múltiple, de la copia. Este análisis bien puede aplicarse, en general, a los estilos y géneros que la empresa de la fotografía promueve para el uso cotidiano de las mayorías, es decir, la administración de los eventos fotogénicos que son dignos de convertirse en imagen a partir de la reducción espacio-temporal de lo contingente a la omnipresente bidimensión del plano fotográfico. “Comparte Momentos. Comparte la Vida” es el slogan que cacarea la Kodak, pero como un dispositivo de vigilancia y control a partir de lo íntimo expuesto, en tanto la experiencia se ve reducida. Los logros del progreso - en aras de una sistematización o, mejor aún, de una burocratización - se simplifican en mercancías listas para ser administradas y solicitadas en el momento preciso. Los usos promovidos de la industria tienen que realizarse bajo ciertos parámetros técnicos relacionados con la memoria, el recuerdo y el tiempo. La industria de la fotografía ha privilegiado que la imagen técnicamente eficiente sea contundente y realista, y que a la vez sea cuestión no de especialistas, sino de cualquier usuario, a pesar de la contradicción que impone el mismo modelo del técnico-experto de la modernidad. Ahora, la colonización de la mirada está impuesta a partir de la industria, los géneros y estilos que ésta difunde - sólo podemos ver de determinada manera: realistamente - incluso relacionado con una idea de lo bello, aunque dicha noción está completamente administrada por la estética del simulacro publicitario. Hoy, todos podemos acceder a nuestros recuerdos a partir de las soluciones que imponen los monopolios, en este sentido, la fotografía se vuelve una prótesis de nuestra memoria, es decir, rememoramos a partir de las imágenes, a pesar de que se reduce la singularidad del momento y la evocación del recuerdo desde nosotros.
En general, tal parece que la imagen ha sufrido un “proceso evolutivo” en el que el perfeccionamiento de la codificación realista, en tanto sistema de códigos que reconoce Occidente para entender el mundo, va ligada con su presentación bella o por lo menos estéticamente consumible. Tanto las nuevas como las viejas técnicas han estado ancladas al realismo. La cámara fotográfica, bajo esta codificación, se entiende como el instrumento cartesiano ideal para apropiarse simbólicamente del mundo. Dicha “evolución de la imagen” o, mejor aún, de los sistemas de representación y por tanto de la técnica, obedecen al esquema racionalista, en otros términos, la instrumentalización de la mirada parece señalar que la mediación del aparato promueve el ocaso de la subjetividad frente a la apariencia objetiva del mundo que proporciona dicho aparato: entre la imagen del mundo y su modo de obtención ya no interviene la mano del sujeto, el rastro de la singularidad subjetiva obtenido por el trazo de la mano del artista disminuye porque la cámara captura el exterior en un disparo, en un instante. Kevin Robins define a esta lógica de desarrollo como la “racionalización de la imagen” . Para Robins las nuevas tecnologías nos ubicarían en la era de la posfotografía. Para él es evidente que bajo el esquema científico y positivista la imagen fotográfica había logrado ordenar el mundo para dominarlo mejor, sin embargo, el intento no había sido suficiente. “El nuevo formato de la información” - explica Robins - “se entiende en términos de emancipación de la imagen de sus limitaciones empíricas y asociaciones sentimentales” . Aparentemente, el programa de la Nueva Visión fotográfica parece llegar a su término a través de las modernas tecnologías que, mediante la codificación binaria, purifican la imagen de cualquier indicio de subjetividad. Los sistemas de representación altamente técnicos reestructuran la dimensión de lo real para llegar a su codificación en pares de información. Tanto estos sistemas de representación como los de clonación trabajan en una armonía sincrónica por lograr “lo real binario”. Tal parece que esta traducción implica reducir el mundo a fórmulas matemáticas y confiar en la certeza del conocimiento de los fenómenos que ocurren en la realidad que nos proporciona el aparato técnico bivalente. Al mismo tiempo, dicha transcodificación, parece señalar la autonomía de la visión tecnificada sobre la humana, es decir, ya no es el ojo humano que avizora las cosas, sino el ojo mecánico, por tanto, este fenómeno perceptivo está depurado de cualquier rastro emocional o accidental que contamine la seguridad de los hechos y fenómenos del exterior. No obstante que el código binario parece desaparecer la huella del sujeto bajo la configuración matemática de la realidad, aquél da cuenta de la facilidad para falsificar o sustituir el mundo por su imagen sintética. La fluidez de la captación electrónica permite que entre más nos acerquemos al mundo para interpretarlo matemáticamente, a su (de)codificación en pares de valor, parecería que nos aproximamos a su simulacro.
Sin embargo, las imágenes técnicas también apuntan en otra dirección; bajo el liderazgo de la industria la prótesis visual opta por la superficialidad del realismo como fin último de consumo. La idea de lo bello ligada a la de perfección se manifiesta de manera obvia y superficial bajo esta perspectiva; belleza y perfección se congregan en lo real eficiente. Esta construcción obedece a una lógica impuesta por las leyes del mercado y su efecto industrial. Según observa Susan Sontag, “nadie jamás descubrió la fealdad a través de fotografías” , la matriz de lo fotográfico parece ligarse a la memoria, al recuerdo y al olvido inexorablemente bajo la conformación de la apariencia real y bella. “El heroísmo de la visión”, como denomina Sontag a este fenómeno, hasta cierto punto, parte de aquella añeja determinación sobre la tendencia estetizante de la fotografía. El asunto fotográfico bajo la lente cazadora del fotógrafo se vuelve objeto de consumo estético. No sólo la cámara captura la belleza del mundo, sino que le adhiere belleza a través de la imagen. Ya sea un asunto de clase o la sublimación de las formas políticas, como denominaba Walter Benjamin a este fenómeno utilizado por el fascismo, los usos sociales de la fotografía están limitados bajo estos aspectos. Apropiarse del otro en imagen es el efecto generalizado de la fotografía, aunque no es el único fin que se hace con el medio fotográfico, sí es uno de los más difundidos por la industria y el espectáculo del mundo .
¿Por qué las imágenes perduran bajo el dominio de la apariencia de lo real? Tanto la ciencia como la industria del espectáculo promueven una eugenesia de la imagen. En este sentido, se persigue el mejoramiento de la imagen a través del cuidadoso escrutinio de las características más adecuadas y desechando aquéllas que sean desfavorables, aunque en apariencia sea un dictamen cualitativo, al final lo que se toma en cuenta es el resultado cuantitativo. No sólo se habla del rendimiento de la mirada, sino de las consecuencias de dicha instrumentalización o “higienización de lo visual” que recaen en la imagen, es decir, la utilidad del ejercicio visual se manifiesta abiertamente en la eugenesia imaginada. Todas aquellas imágenes que no están bajo el rango de los valores antes señalados disminuyen en su funcionalidad o su utilidad, ya sea para fines prácticos o económicos. La pureza de la imagen persigue dos efectos: por un lado desabastecer las cavidades de la memoria que son insuficientes para resguardar la sobreproducción de información que se recibe hoy día; y por otro, la elección de los fenómenos del mundo como mercancías consumibles, altamente estetizadas, bajo el predominio de su forma funcional. Se discriminan todas aquéllas que no sean bellas y eficientes en detrimento de otras, sólo por la falta de reconocibilidad y la carencia de su aspecto realista.
Muchos han sido los discursos técnicos que han dotado de la aparente autoridad que goza la imagen técnica, desde el sistema de zonas propuesto por el puritanismo fotográfico que no opaca la certeza del acontecimiento como vehículo de la verdad en tanto valor moral, hasta la estandarización del lente de 50 milímetros como una forma de evitar la deformación de la imagen y su perspectiva, sin embargo, la sospecha prevalece sobre si en realidad hubiera un punto de vista correcto en el cual basarse.

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Mucho se ha escrito ya sobre el supuesto estado de la imagen en la actualidad, sobre los distintos estadios de transformación de los sistemas de producción y reproducción que han modificado, a su vez, nuestros hábitos perceptivos y epistemológicos en el campo visual, como un fenómeno en el que reconocemos, quizá, cierto grado de autoridad. Anunciar que el estado actual de la imagen es el de su “irradiación desmesurada” correspondería, entonces, al de realizar un análisis en el que se señalen los encuentros y desencuentros que acarrea este fenómeno, o apuntar hacia aquellos parajes donde guarecernos. ¿En qué consiste dicho “estado patológico” de la imagen? El excedente de producción de imaginario nos ha conducido a un paralelismo virtual en el que se construye la autonomía ontológica de la copia sobre el original, de la imagen por lo real, del recuerdo sin memoria. Dicho estado de infección corrompe, desquicia y sacude el territorio; invade el antiguo núcleo monádico, en el que se debilitan los límites de la celda para dar lugar al desplazamiento de información, en este caso, la contaminación por desbordamiento - ¿o por invasión? -. En una especie de movimiento fractal o viral, la imagen irradia la infinitud de su copia. La inoculación de la imagen en el terreno - como agente patógeno - contagia los diminutos asideros donde puede resguardarse el sujeto, aquélla sobrepasa el linde de las fronteras, para migrar hacia los terrenos de lo real (del origen-original), y ocupar su lugar (el mapa por el territorio). Dicho estado, no sólo ha sido resultado de la reproductibilidad técnica, sino de su emanación o excreción desmedida que sufre ahora en la pantalla. Ya sea, desde la fotografía, el cine, la televisión o el internet, los dispositivos tecno-visuales, que se despliegan ante nuestros ojos, se ciernen ante un público pasivo en espera de mercancías listas para consumirse y ser despojadas de todo valor de uso. Así, caemos en cuenta que el valor exhibitivo ha incrementando su potencial a través de los mass-media, al mismo tiempo que desplaza cualquier intento acatado de recogimiento, incluso, de sujeción.
En consecuencia, el efecto que se produce es el de la sobreexcitación de la estética, en el que se intensifica la exhibición del objeto - ¿y también del sujeto? -, su “hipervisión”. Aquel estado, en el que la imagen sustituye al sujeto-objeto, lo remplaza: el efecto espectacular y especular que lo envuelve. Si la fotografía había demostrado que sólo el acontecimiento era lo único que podía ser fotografiado, ahora lo que sucede es que, en un acto de inversión radical, todo aquello que no sucede ante la pantalla - aquello que no se vuelve imagen -, no “es” acontecimiento, ergo, no ha existido. Del “eso ha sido” (el “noema” barthesiano de la fotografía), que define el espacio-tiempo singular hacinado en los lejanos parajes de la memoria, al “eso no ha sido, aún…”, no sólo hay una sustitución ontológica, sino que lo real se desertifica, se empobrece, se ve impedido en dar lugar al acontecimiento; es desplazado y suplantado por aquella copia que no ha tenido original, por aquella irradiación sin un aquí y ahora auténticos. La fotografía, como una de las formas primarias de reproducción, se ha visto superada en su irradiación. Sin embargo, en la actualidad, uno de los objetivos primordiales de la fotografía no ha sido tanto corroborar la evidencia del acontecimiento, sino cuestionar su autenticidad hasta el grado de dudar de su “existencia”. Si en algún momento se había creído que el referente de la fotografía había sido la realidad, ahora se ha invertido este proceso y es la “imagen técnica” la que se ha vuelto referente de lo real: sólo a partir de la imagen se certifica la experiencia, la identidad o el acontecimiento. Puesto de esta manera, es menester señalar que la imagen ha cobrado cierto estatuto ontológico de presencia en donde las experiencias del sujeto se confirman a partir de ella en tanto simulacro, ya no sólo se trata de entablar con el mundo exterior relaciones de conocimiento o de interacción estética, sino que esta experiencia es diseñada desde los confines de la imagen en cuanto sustitución de lo real: la imagen del mundo se presenta ante nosotros, la primera suplanta al segundo - ahora es ella, la imagen, la que precede al mundo -. Una experiencia que no es del todo nueva, sin embargo, se ha vuelto predominante…
En una “situación extrema”, el reflejo se ha desvanecido de aquellos espejos con memoria que había construido la imagen técnica, en su lugar sólo quedan especulaciones, apariencias-apariciones que se sustituyen en la pantalla. Tal efecto, ha sido acaparado y administrado por la industria, en favor de la instrumentalización de la mirada, que desenvuelve todo su arsenal burocrático sobre la singularidad del acontecimiento. Una mirada que no sólo ha administrado los hábitos perceptivos de la visión, de manera horizontal y desjerarquizada, en el que estandariza los recursos de visión (encuadres, tiempos, ángulos, diafragmas) y del aparato (objetivos, lentes, filtros, películas), sino que además relativiza y juega con la ilusión de la captura de ese lejano aquí y ahora irrepetible, aquél que resguardaba Walter Benjamin sólo en los retratos de familiares. Aquél mismo que había vaticinado la desaparición del aura, como respuesta al fascismo - ¿o, incluso, al capitalismo? - y a las tradicionales vetas de contemplación pasiva, frente a la acción política de las formas artísticas.
¿Por qué y para qué administrar el efecto de realidad que produce la fotografía y la ilusión que recae sobre lo singular? Si esta hipótesis es acertada, y la extinción del aura no ha tenido lugar, entonces ¿qué ha pasado con aquel halo y su revestimiento actual? Al respecto y de manera concluyente, José Luis Brea expone una idea que extiende la supervivencia del aura hasta nuestros días, una prognosis que “desintensifica la experiencia estética” de la obra de arte a partir de la circulación en los massmedia. Toda episteme que se forma sobre el arte es el mismo que se obtiene a partir de su reproducción, toda experiencia estética está mediada por su copia teletécnica. El aura en la “época de su reproductibilidad telemática” también ha sido efecto del trabajo que, sobre la obra de arte, realizaron las vanguardias artísticas, tanto con la desmaterialización del objeto artístico como con el desarrollo de las estéticas negativas, entonces: desarticulación de los antiguos soportes para entablar relaciones de tipo lógico-constructivas; efecto desorientador que se cierne sobre el objeto cotidiano y sobre el objeto artístico; “campos expandidos” de inoculación conceptual. En efecto, el aura ha mudado de lugar, se ha deslocalizado o se ha vuelto ubicua a partir de su reproductibilidad desmedida y de sobrecirculación en los medios masivos de información y comunicación. Tanto la industria como la institución que ha guiado el arte se empeñan en dar seguimiento a esa aura afectada, aquella que bien hubiera gustado Benjamin que desapareciera en beneficio de la transformación de los sistemas de producción. Ahora nos regodeamos en contemplar los restos de un aura, aún no extinta. Si José Luis Brea se esfuerza en señalarnos que el origen del aura ya no se encuentra en aquel “valor de culto” es porque, en la actualidad, está depositado en los medios y en su circulación global e instantánea. Ha sido esta distribución la que ha cambiado la temperatura del aura, antes cálida, ahora fría; antes intensa, ahora tensa, que se verifica en la obra de arte, y en alguno que otro artículo o mercancía. Si el autor de “Las auras frías” se empeña en rescatar dicha aura fatigada, aquel tiempo y espacio únicos elongados “hasta la eternidad” - o puestos en pausa -, es porque aún considera necesaria la existencia de ella - sus alcances y posibilidades -, del sujeto - aunque debilitado o fragmentado - y, a pesar de todo, de aquellos perfiles del fascismo, como formas hastiadas y residuales, que aún subsisten, quizá no con la misma intensidad, pero sí con la misma violencia. Efecto de sobrecirculación (de extrema visión) que recupera la antigua retórica serial y de repetición. Momento de crisis el nuestro para percatarnos y reconocer la posible ejecución del acontecimiento.
Dicha aura no sólo ha cubierto al objeto artístico, sino que, a su vez, se ha cernido sobre todo tipo de mercancías, aquellas “copias originales” que son el móvil de la industria cultural en un acto de sobregirada moralidad. ¿Es “aura” lo que resta o qué es eso que ha desarrollado - ya no eliminado -, en principio, la fotografía y, ahora, la multiplicación mediática? Hay, por lo tanto, un debilitamiento de la otrora función de la fotografía - del lado del documental, la verdad y la presentación - con respecto al auge tecno-informático que prevalece en la actualidad. La irradiación de los modelos-moldes debilita la certeza del reconocimiento de la cual era portadora la fotografía. Habrá que localizar, en todo caso, dónde se deposita el acontecimiento a partir de las fugas tecno-informáticas que debilitan la evidencia fotográfica. Por otro lado, lo que está en riesgo, con la extensión del aura debilitada, es la posibilidad de que seamos “auténticos” productores, transfiguradores de los medios de producción tecnovisuales y de formas escópicas de conocimiento. En su lugar, los medios masivos nos han sumergido en una actitud pasiva y de placebo como iconólatras modernos, espectadores de ídolos puestos ahí para su adoración o, en una inversión radical, en iconoclastas que sustituyen imágenes, una tras otra, conforme la sobreproducción lo demanda y la oferta crece.
Si encausamos el diagnóstico de Benjamin no sólo hacia la repetibilidad, sino a la posibilidad de producir nuevamente la singularidad del acontecimiento, entonces, esta guía nos ayudaría a distinguir el estado de falsa consciencia de la imagen, aquella en la que no se engendra la diferencia, aquella que sólo “es” simulacro: la capacidad de volver a producir el mundo de otra manera, bajo otras guías y otras directrices. De la máquina que reproduce a la máquina que se reproduce, donde el encuentro de dos diferencias lubrican su contacto en el acto mismo de seducción reproductiva. En el caso de la cámara fotográfica, quizá, la máquina engendra algo diferente a sí misma. El aparato no captura el acontecimiento, es ahí donde se produce. La reproducción no significa mera repetición, sino donde la singularidad de lo irrepetible tiene lugar.
Espacio y tiempo únicos reunidos. Presentación de “lo que ha sido”, pero la sospecha aún prevalece ¿Cómo distinguir lo contingente de aquello que ha homogenizado la industria cultural visual? Si Brea reconoce en la reproductibilidad técnica y en las formas de distribución y transmisión de los residuos escópicos el potencial crítico que se puede desprender de éstos, también habría que agregar aquellas des-configuraciones hacia el interior del propio medio. La potencialidad político-subversiva del “defecto técnico” estriba en señalar que, incluso más allá de la fotografía, todo medio técnico (mecánico, eléctrico o informático), es susceptible de una “desconfiguración del programa”, éste puede ser inoculado por el “accidente”, y ahí se hace evidente la singularidad de la técnica, la desmecanización o desautomatización programada. El “error mecánico”, entonces, es una “experiencia única” al interior de la técnica, es la manifestación singular de ella. Un instante que libera, tanto al sujeto como al acontecimiento, de las desgastadas formas raquíticas y arcaicas de la mirada administrada o de la instrumentalización de la mirada.

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Ante este panorama parecía no haber escape para la mirada. Sin embargo, aun en los lugares de la repetición o de la automatización también surgen los lugares para el juego y la libertad, para el accidente y el error. Un primer acercamiento puede ser la desterritorialización de la mirada como una consecuencia del “defecto técnico” que se opone al empobrecimiento de la experiencia provocado por la industria. Despojarla del campo en el que había establecido su instrumentalización es tarea del “error mecánico”, aunque el agotamiento de éste implica el perfeccionamiento de la técnica y del programa del aparato, y por consiguiente la evasión del accidente en tanto posibilidad. El “defecto técnico” se presenta como el estado afectado de la mirada realista; la atrofia visual para producir otra manera de ver. Toda iluminación crea a su vez su propia sombra, pero ahí desde la penumbra se vislumbra tanto como en el momento de resplandor. Éste es el momento en el que se hace manifiesto el “error”. Para Paul Virilio todo desarrollo técnico conlleva la aparición de sus accidentes específicos , en este sentido, cabría preguntarse si el “accidente mecánico” o “defecto técnico” está contemplado desde el programa de la cámara, aunque tal vez su morfología esté dispuesta al azar. Convendría preguntarnos entonces, si el extravío de la técnica que proponemos no será una de las sobradas “falsas necesidades” que develan la supuesta utilidad y eficiencia que promueven la industria y el consumo para el intercambio de mercancías carentes de valor de uso, gasto inútil, energía mal empleada; o la táctica utilizada se aleja de dicha lógica parasitaria para develar el mecanismo del capital tardío y de esta forma “resistir”.
Frente a los hechos expuestos hemos sugerido la idea de formular algunas potencialidades “anópticas” que desprendan el carácter instrumental de la mirada para desentrañar no sólo las cualidades eugenésicas de la imagen, sino también el predominio que ejerce la mirada sobre las demás funciones perceptivas. Nuestro intento ha sido mostrar el camino hacia aquellas formas de irrupción que potencialicen el uso desorientado de la técnica. Si nuestro objetivo es la afectación de la mirada; su deslumbramiento, enceguecimiento u oscurecimiento, entonces nuestra intención no es que la imagen técnica se parezca cada vez más a lo real, sino que se aparte de él para imprimir nuevas formas del mundo. El “defecto técnico” se manifiesta como una posibilidad en contra de la mecanización del acto fotográfico, como postura antagónica a los valores impuestos por la industria y el purismo fotográfico. Por otro lado, si el aparato está destinado a cumplir con el programa para el que fue diseñado, al falsearlo, el programa se somete a la inestabilidad, improbabilidad o a la incalculabilidad del encuentro, ya no sólo es efecto de realidad, sino d-efecto de ella, por tanto, las virtualidades de la cámara oscura se enriquecen. El “error mecánico” es la falla del programa, la constante corrompida, el juego inacabado… La “imperfección” puede ser una de las construcciones improbables en el programa de la cámara, el “defecto técnico” puede ser una incisión en el juego de combinaciones, o puede ser un encuentro incalculable en la disposición de las reglas/secuencias del programa. En todo caso, ahí donde la técnica falla se hace presente el “error”. El mismo principio de oscuridad al interior del programa de la caja negra permite que la “imprecisión técnica” fluya de manera azarosa. El “error” en la técnica, en el procedimiento, en el programa del aparato detona el azar, lo improbable y lo informe.


© AAlejandro Navarrete,
Productor Visual
México, DF, a 25 de octubre de 2005.
Artículo incluido en la publicación del Simposio “Las Nuevas Tecnologías y su inserción en la plástica tradicional”, organizado por la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) y que se llevó a cabo en la Facultad de Arquitectura, UNAM, México, DF (2005)

Sobre el Defecto Técnico



El proyecto se divide en tres partes: la primera consiste en hacer un cuestionamiento directo al medio y la industria de la fotografía; la segunda está dirigida a la creación de una narrativa que involucra varios aspectos de la vida cotidiana como los medios masivos de comunicación (la televisión o los medios impresos), y la pornografía (imágenes obscenas, aunque no necesariamente sexuales); y la tercera se dirige a crear una estética de la alteridad sexual o lo que algunos autores denominarían como lo transexual. Intentaré explicar estos tres puntos a partir de la obra que se presenta.
A partir del error o de los defectos técnicos se pretende cuestionar las convenciones que dicta la industria fotográfica. En general, existen ciertos consensos sociales para lograr una imagen fotográfica eficiente técnicamente, sin embargo, ésta nos sitúa en una cierta estructura de poder o ideología de representación (como el carácter realista). En efecto, a través de la exploración sistemática de las posibilidades de la caja negra podemos descubrir las virtualidades propias de la cámara y de esa manera dotar al mundo de nuevas formas (informar).
Estos errores propician una narrativa personal sobre algunos acontecimientos del mundo actual mediatizado. Con el empalme de fotogramas se produce una estructura quasi esquizofrénica sobre la sobreproducción de signos culturales - “Ya no es necesario que salga de mi casa para enterarme de cómo sucede la realidad, ahora ésta se presenta a mí a través de varios medios que la filtran, sólo es necesario contar con una tarjeta de crédito, internet, teléfono y una televisión para conseguir todo sin poner un pie en el exterior de nuestra guarida”. La realidad ya no es tal, ahora ésta se organiza a partir de sus simulacros (los signos de lo real que median en la televisión y la prensa). En esta narrativa se diluye la barrera entre lo privado y lo público, lo privado se vuelve público a través del exceso visual y lo público se vuelve privado al reconfigurarse bajo una estructura desarticulada en la que los simulacros que nos organizan se deforman, dejando sus restos.
La estructura táctica de los defectos técnicos (el error) propicia, a su vez, una estética de la alteridad sexual. Se presenta un conjunto de imágenes visuales en el que se confunde el sentido sexual, político y estético. Lo sexual transgrede lo político, y éste a lo estético; lo erótico se vuelve obsceno al no dejar nada a la imaginación, y lo obsceno se vuelve ridículo al no traspasar su cualidad de imagen y llegar al ámbito político. El pastiche posmoderno da paso a la “des-estructura” esquizofrénica en la que se hace evidente el ocaso de los afectos ante una realidad mediada por la imagen simulacral.

© AAlejandro Navarrete Cortés
Productor Visual
México, DF, 2004.
Tanto el texto como la imagen fueron incluidos en el catálogo de la XI Bienal de Fotografía en el Centro de la Imagen de la Ciudad de México. Las imágenes formaron parte de la Bienal que itineró por varios estados de la República durante el 2005.